Chambitas

Chambitas

Primera entrega

“Le hemos dado vuelta a ese segmento vertical delimitado por la desesperación y la realización convirtiéndolo en uno horizontal llamado fracaso-éxito”

Rodolfo de la Torre.

Café de olla

Una inesperada nevada cayó en Guadalajara por ahí del 1997, mi madre dijo entonces “¡órale!, a vender café, ahorita se venderá mucho”; y ahí está el chiquillo entelerido, sentado tras una mesa plegable de coca-cola sobre la cual se posaba un recipiente térmico con café de olla. Pese al frío, fue lindo ver los copos de nieve caer, lástima que por mi colonia no se acumularon las pelusitas blancas, al caer se derretían las desgraciadas, frustrando así las ganas que los niños teníamos de hacer los mentados monos-de-nieve y jugar a las guerritas con bolas apelmazadas de hielo.


Frutas finas

Un verano entero –cosa de 7 semanas– trabajé como ayudante en una bodega del mercado Felipe Ángeles. “Frutas finas Mary”. Tenía que levantarme a las 4:00 am para llegar al mercado antes de las 5:00 am. Yo abría la cortina, barría la bodega y la banqueta, sacaba el chiquihuite de piñas y acomodaba los huacales que sostenían repisas hechizas con tablones y varas improvisadas. Cuando Mary llegaba, me enviaba con el diablo a los tráileres que descargaban mercancía en otras bodegas.

Tres cajas de guayaba por favor, de parte de Mary; ¿Qué a cómo tienes la manzana hoy?, dice Mary… échame pues dos de Golden y una de Gala; las arpillas de limón hasta arriba, haz paro Germán, no seas gacho.

Cuatro, cinco, seis viajes con el diablo lleno de cajas, arpillas y bolsas; y así va uno sorteando marchantes en la menguante oscuridad de la madrugada. Luego de acomodar la nueva mercancía – labor que requiere buen juicio para dejar la fruta buena y desechar la pachanga – había que alternarse principalmente dos labores: la venta directa al cliente y la limpieza constante del local. Uno se echa unos cuantos pesos más al bolsillo, de propina pues, llevando el mandado hasta los vehículos de los clientes. La mañana se pasa en friega, el silencio el gran ausente, gritos entre los locatarios, un claxon que demuestra apuro, pájaros en las copas de los árboles, bromas y arrastre de costales. Como ayudante de confianza que era, despachaba y cobraba yo mismo, tenía mi mandil lleno de monedas y billetes chicos, de cuando en cuando le daba los cientos, sor juanas y quinientos a Mary. A las diez de la mañana la clientela disminuye y como el hambre es canija luego de la desmañanada y las faenas matutinas, hay que ausentarse unos diez o quince minutos para ir a comprar algo; a veces comía allá mismo, otras, lo pedía para llevar a comer al local. 25, 30, 40 pesos, ¿para qué mancharse? De cualquier manera, no es que hubiera quesos finos, sushi o prosciutto crudo en el mercado, pero qué sopes de bistec, tacos de barbacoa (blanditos o doraditos), calientitos hot-dogs con panela, tacos de chorizo y adobada, una torta ahogada, cahuamanta hirviente y más cosas se encontraban en las dendritas que dibujaba el Felipe Ángeles.


Migue Rubio

Migue Rubio

Hola mundo, soy Migue.