Tres de Café

Tres de Café

Photo by Charlie Firth / Unsplash

a) Así como me gusta

Estoy profundamente resentido con el gordito que me ha preparado el café estos últimos días. Ya he probado de todo; hoy le saludé amablemente «muy buenos días», él respondió con sonrisa fingida -así lo percibió mi sensibilidad- y cuándo me preguntó en qué podría servirme, enumeré con la más claridad posible los elementos de mi recuesta «un café americano, mediano, cargado y/o con menos agua, por favor». El resultado fue el mismo, un vaso de café desabrido -lo cual no significa que me lo haya dado sin tapa-, ralo y creo yo, hasta frío.

Ah, como extraño a mi manta. La señora saluda, se adelanta «cargadito como te gusta, verdad».Tiene los ojos azules, un flequillo castaño sobre la frente y en su sonrisa –que estimo verdadera-, un espacio milimétrico entre los dos frontales superiores.

b) El rito

A ella le gusta pelear. Es decir, se la pasa todo el santo rato discutiendo sobre el más mínimo punto. A las 9:30 vamos al Obvio. Ella pide un chocolate deslactosado, yo, mi americano mediano. Crear controversia y argüir opiniones contrarias a las mías es su deporte favorito. También corre. Por lo tanto, difícilmente le verás una lonja, las esconde tras la nuca creo, pues por algún lugar ha de guardar esa grasita que le da energía para caminar en esos tacones los días de junta. Yo seseo, me dicen, ella sesea, lo noto. Delgada espiga tierna, se mueve mucho, tengo que calmarla con palabras mansas, hoy te ves muy bien, le digo, mira qué bonito se ve el sol sobre estas flores, agrego. Ella se apacigua, acerca con sus dos manos el vaso de cartón; suavemente sorbe del orificio dispuesto en la tapa plástica. Sí, tienes razón, no lo había notado, sabes, me caes bien, contesta sin apartar la mirada de los geranios; manchones carmesí prevalecen al marrón. El rito comienza en el patio del despacho, quedamos a las 9:30 para andar. Al regresar, nos despedimos en las escaleras, ella trabaja en el piso uno, yo me quedo en la planta baja. Quizá nos veamos a la salida; poco probable. Mañana le llamaré y quedaremos de andar por un café al Obvio, donde mi manta risueña mirará a Ana de reojo y súbito momento a mí para inquirirme sobre la calidad del café, qué tal está, me preguntará, yo, con menos disimulo la veré y con calma diré a mi manta que muy bien.

c) El sabor

Está muy rico el café. Lo coloco a mi costado sobre el escritorio, tomo una hoja electrónica y describo cómo mi café huele: tostado, tierra negra y semi-barrosa, el café huele a la manta, huele al brillo de sus buenos días y al timbre de sus ojos. El café huele a una confesión acelerada de la vida, en dos calles de caminata. Un adoquinado frio en cuyas coyunturas podrían caer los tacones y rasgar vestiduras. El café huele a tu mano que atiende a mi mano en los descensos y a tu cintura que guío por la estrada. Qué rico sabe el café. Sabe a mordiscos de biscocho amargo, a besos presurosos que apenas calmo. Pero el café se acaba y en mis labios permanece un duendecito que no ve la hora que me acompañes por un café nuevamente. El café por la mañana sabe siempre bien acompañado de una amada.


Migue Rubio

Migue Rubio

Hola mundo, soy Migue.